viernes, 3 de septiembre de 2010

MITOS MASHAS: EL ORIGEN DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL

[Mitología Precolombina]

Mitos Mashas: El origen de la organización social.

Gracias al libro sagrado de los pueblos mashas, el Pipol-Buk (El Libro del Pueblo), podemos remontarnos al momento de la creación de la tierra y del ser humano por parte de los dioses. Así, Hunahpú, Gukumatz y Bushiman dieron forma al ser humano a partir del maíz, le insuflaron el aliento vital al cuerpo, y otorgaron a los órganos vitales la facultad de decidir cuál de ellos sería el jefe del conjunto. Inmediatamente ellos comenzaron a debatir, y así dijeron:

El Cerebro (Breinú) expuso: “Yo debo ser jefe, ya que ordeno el funcionamiento de
todos ustedes”.
Los Ojos (Aisú) argumentaron: “Nosotros deberíamos ser los jefes, porque guiamos todo el cuerpo”.
El Corazón (Jartú) dijo: “Entonces yo debería ser el jefe, porque llevo la sangre
para que todos funcionen”.
”En ese caso,” -dijo el Estómago (Stomaki) - “yo seré el jefe, puesto que los alimento a
todos ustedes”.
Las Piernas (Leguisú) se declararon jefes porque, según ellas, transportaban todo el
cuerpo.
Y cuando llegó su turno, la Mierda (Yit o Tardú) exigió ser el jefe de todos. Muchos se indignaron sobremanera y otros rieron a carcajadas.
Sin embargo, inmutable, Mierda sólo dijo: “¡Yo seré el jefe¡ ... Y, si no, me declaro en huelga ya mismo”. Entonces la Mierda se negó a salir durante cinco días.
El Cerebro se sentía mal......
Los Ojos se nublaban.........
El Corazón amenazaba con pararse.......
El Estómago estallaba.......
Las Piernas temblaban.......
Entonces, ya al borde del colapso, todos gritaron: “¡Que sea la Mierda el jefe!”. Y desde entonces... ¡cualquier mierda pudo ser jefe!.

He aquí la razón por la cual no debes seguir a ningún jefe ni convertirte en jefe de nadie.

lunes, 31 de agosto de 2009

MITOS DEL PUEBLO NOI DE RAPA NUI (EL OMBLIGO DEL MUNDO)

La Gran Muralla Espejada ---by Klaus


Cuando el dios Lui creó al mundo, lo circundó de inmensas murallas espejadas en las que todo se reflejaba con cristalina fidelidad.

Luego Lui creó a los hombres, y estos crecieron y se multiplicaron, en salvaje ignorancia del origen de los límites de su mundo.

Las murallas espejadas se perdían ilimitadas en los cielos, cielos que siempre estaban cubiertos por un denso manto de nubes.

Rara vez los hombres se aventuraban cerca de ese límite amurallado ya que, a medida que se acercaban, veían avanzar hacia ellos unos desconocidos.

Así se fue creando y nutriendo una tradición de temor, desconfianza y resentimiento hacia esos desconocidos con los que nunca se establecía contacto.

El pueblo de los hombres se llamaba a sí mismo “Noi”, y bautizaron a los odiados desconocidos como “los Essi”.

Así es que enteras generaciones de Rapa-Nui transitaron de la cuna a la tumba abrigando un profundo odio por los Essi. Las leyendas de los Noi, contadas por los viejos a los jóvenes frente a precarios fuegos nocturnos, estaban pobladas de las atrocidades cometidas por los Essi, la barbarie de su gente y su cultura.

Cada tanto, con distancia de siglos, alguien regresaba trastornado de esos supuestos contactos con los Essi, predicando vehementemente que no existían los Essi y los Noi, sino que ambos eran parte de una misma realidad. La mayoría de esos temerarios era regularmente ajusticiada e excluida de la comunidad; y sólo unos pocos de entre ellos –quizá más sabios o bien más cautos- adaptaba su versión de las cosas para no sufrir la misma suerte de sus antecesores.

Así transcurrieron largas centurias hasta que una vez, cuando los asuntos de los hombres se agravaron sin solución a la vista, los militaristas propusieron darle una “solución final” al tema de los Essi, vistos como raíz de todos los males, para acabar con ellos de una vez por todas, y de paso cubrirse de gloria.

Al clarear el alba de un fatídico día, millones marcharon hacia la frontera con los Essi, armados con todo lo que tenían… y de la misma manera también vieron a los Essi avanzando hacia ellos. Al mediodía comenzaron a cargar enardecidos contra los Essi, a quienes los Noi vieron avanzar con igual ferocidad y determinación. Hacia la tarde, ya los Noi habían arrojado contra los Essi todos los proyectiles con que contaban, y grande había sido su estupor y desconcierto cuando sus miles de proyectiles chocaban contra una muralla de proyectiles de igual tamaño y velocidad, pero volando en sentido opuesto.

Ya con el sol afiebrado en el poniente, a la andanada de artillería le sucedió la carga de la infantería para el gran asalto final, en un cuerpo a cuerpo a matar o a morir. Ya no habría un mañana si esa batalla no terminaba en una victoria...

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Y allí fue, y así fue, que cayó lo que la nueva civilización de Noi, nacida de las cenizas del viejo mundo, llamaría desde entonces “La Gran Ilusión”.

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Ya no hubo más enemigos a los que culpar de los propios padeceres; pero al desaparecer la separación desapareció el temor, y con éste desapareció también la violencia que engendraba. Y los Noi comprendieron que la última batalla se libra en el rincón más íntimo de la propia conciencia, la batalla entre la zona de la Luz y aquella de la Sombra, entre el futuro y aquello lo aniquila, entre el abismo y aquello que vuela por encima.

Y así se comprendió por qué el dios Lui había creado la muralla, muralla que dejó de existir desde entonces y que hoy sólo permanece en forma de mito.